domingo, 20 de enero de 2008 - Escrito por: José Sáenz

Mand'inga

Un país de todas las sangres acepta a todas las sangres porque todas las hay. Un país de todas las sangres tiene mejores cosas a qué dedicar sus energías que a discernir la pureza entre sus habitantes.

¿El que no tiene de inga tiene de mandinga? Mentira. Y mentira fea, además.

Mentira porque ha dejado de ser, lo que quizás nunca fue: una manera de destacar y apreciar el mestizaje que se da en el Perú. Porque en lugar de ensalzar la belleza de la mezcla, ha devenido en insulto.

Casi puedo ver a la madre de familia, en cualquier otra circunstancia respetable, que cholea a su empleada: “Chola apestosa. Que ¿no se bañan?“. Que cholea al cobrador de la combi: “Cholo tenías que ser”. Que cholea a escondidas a su jefe explotador: “Así son estos cholos de mierda”. Pero que cuando se cruza con uno más blanco que ella, que le recuerda a su vez sus ancestros provincianos y sus rasgos andinos, arruga y se queda callada. Que le cuenta luego indignada a sus amigas que qué se habrá creído ese. Que acaso no sabe que el que no tiene de inga tiene de mandinga. Pero incapaz de verse bella a si misma, lo que en realidad quiere decir es que por si acaso tú eres la misma porquería que yo.

Ya hemos visto esta practica manifestarse anteriormente, aunque en un plano distinto. Cuando quisieron hacernos creer que todos éramos igual de corruptos, y que por lo tanto nadie tenía derecho a juzgar a quienes se enriquecieron aprovechándose del poder, en la época de Fujimori y antes y después. Cuando la frase “lanzar mierda con ventilador” se pone de moda en los diarios. Haciendo inalcanzable para todos el ideal de honestidad.

Por lo menos todos coincidían en que la honestidad era un ideal. Aunque fuera para traérselo al suelo de envidia. Desaparecerlo para que nadie lo tenga si no soy yo.

De la misma manera aquí, todos parecen coincidir en un ideal equivocado y enfermizo. El de la blancura de la piel y la raza aria. De manera tal que al mirarse al espejo y darse cuenta de que no lo tienen se lo reparten como pueden e inmediatamente se lo arranchan todos entre sí. Y están felices mirando para abajo al que le tocó menos que a uno, el pobre. Pero sintiendo a su vez llenos de envida, la mirada superior de aquellos a los que les tocó más.

Es en ese momento que se ponen el traje de la inclusión y la igualdad y esgrimen la frase. Sólo para ensuciar con la propia raza que consideran basura, a la pretendida o real blancura del otro. Por si acaso tú tampoco te salvas, porque de hecho tienes de inga o de mandinga, no te hagas. Estás manchado, igual que yo. Avergüénzate, igual que yo. Porque no eres lo que yo quiero ser. Inmaculado.

¡Mentira! Déjalo en paz ser feliz o no, siendo lo que es o lo que cree ser. Déjalo ser blanco, déjalo ser negro y déjalo ser cholo.

Un país de todas las sangres acepta a todas las sangres porque todas las hay. Un país de todas las sangres tiene mejores cosas a qué dedicar sus energías que a discernir la pureza entre sus habitantes.