domingo, 11 de noviembre de 2007 - Escrito por: José Sáenz

El barrio del hortelano

Quizá sea este el mayor mérito del artículo, ya que no su sesudez o minuciosidad: haber generado una discusión, en su mayor parte enriquecedora.

Ni original, ni valiente, ni fundacional, ni mucho menos escaso de defectos, hace un par de semanas que el diario El Comercio publicó el artículo El síndrome del perro del hortelano de Alan García Pérez. Como era de esperarse éste ha sucitado muchos comentarios y levantado no poca polémica, además de sucitar una profusión de reacciones dentro y fuera de la blogósfera.

Quizá sea este el mayor mérito del artículo, ya que no su sesudez o minuciosidad: haber generado una discusión, en su mayor parte enriquecedora, en el barrio del hortelano.

Se trata de un texto donde el Presidente de la República pone en blanco y negro su pensamiento. En el que, se puede presumir, expresa la dirección en la que le gustaría dirigir al país.

En tal medida, debo aunarme a quienes reciben con alegría y optimismo ésta, que ojalá sea una señal de la apertura que caracterizará a una nueva etapa de nuestra vida republicana. No ha pasado tanto tiempo desde que las políticas de estado se escudaban en el secreto para esconder la corrupción. No hace falta retroceder hasta la dictadura de Fujimori. Lo vimos en el propio gobierno de Toledo. Y aún ahora quedan no pocos vestigios.

Sin embargo, alegría y optimismo no son apoyo incondicional al gobierno, el cual sólo con sus acciones podrá demostrar si está preparado o incluso dispuesto a llevar al país hacia la apertura, la inclusión y el desarrollo sostenible. Mientras tanto, a juzgar por el mentado artículo, su voluntad es, en el mejor de los casos, tibia o, de plano, errada.

No todas las reacciones han estado a la altura. Resulta de muy mal gusto y sobre todo soprendente, que Sinesio López elija iniciar su argumentación con un insulto, por ejemplo. Iimagino que pensó que era una muestra de su propia “agudeza” aprovechar la analogía que García usó para llamanrlo “perro” de manera semi-velada, pero repetida, al comenzar su artículo del diario la República. Pero más allá de este accidente, que quizá fuera un poco feliz recurso literario para captar la atención, resultan certeras algunas de sus críticas:

_El modelo de desarrollo de la oligarquía fue la economía de exportación basada en la explotación de los abundantes, diversos y ricos recursos naturales, extraídos por la mano de obra que no siempre fue asalariada (porque los rentistas utilizaron extensamente el trabajo servil) y que siempre fue barata. ¿Cuál es la diferencia entre el modelo económico oligárquico y el que propone García? En realidad, casi ninguna. Lo que propone García es la profundización del mismo modelo con pocas y superficiales novedades.

El trabajo servil de antes será ahora reemplazado por los services y por los contratos, típicas modalidades de trabajo (que utiliza el capitalismo salvaje para elevar desmesuradamente sus ganancias) contra las cuales insurgió la candidatura de García en el 2001 y en el 2006. La propuesta de García es privatizar los bosques amazónicos, vender las tierras comunales, expropiar a los campesinos y pobladores sus tierras para entregar el subsuelo a las grandes corporaciones extranjeras. García cree que este modelo de desarrollo hará del Perú, sino un paraíso, al menos un país con bienestar, pero que el gobierno aprista y él mismo como presidente no pueden impulsarlo porque tienen la férrea oposición del perro del hortelano._

El artículo de Alan García parece, en principio apropiarse de las ideas que desde hace más de veinte años propone y defiende entre otros su ex representante en EE. UU. Hernando de Soto. Pero tal como hizo con de Soto, usa a estas ideas como tarjeta de presentación tratando de mostrarse progresista y liberal. Pero una vez que se ha servido de ellas, deja de lado su esencia. Acierta en el diagnóstico pero recoge una receta facilistas que resulta además retrógradas.

Por suerte, no han faltado quienes sepan corregir su error. El ecólogo Antonio Brack, es uno de los que lo hizo con mayor claridad. En su artículo del diario el comercio, Sobre el perro del hortelano, desmiente con ejemplos precisos algunas falacias:

El que solo las grandes propiedades posibilitarán la puesta en valor y la inversión, no es tan cierto. En Pachiza (Juanjuí) existen centenares de cultivadores de cacao de primera calidad y que exportan a Suiza a Ferrero Rocher a través de Acopagro, y el secreto es producir calidad, asociarse y llegar al mercado en forma competitiva. En Ucayali existen miles de cultivadores de palma aceitera; se han asociado; poseen su propia planta de procesamiento, y están en la capacidad de ampliarse con fondos propios. En Madre de Dios los castañeros de Ascart tienen certificación forestal y orgánica de valor internacional y exportan castaña orgánica a Europa a buenos precios. En Cotahuasi la APCO, formada por decenas de agricultores tradicionales, exportan productos andinos (kiwicha, quinua, maíz morado, etc.) orgánicos a Europa. En Lamas, la cooperativa Oro Verde exporta un café de alta calidad al mercado francés. Casos como estos abundan. Recordemos que el Perú es un país donde los microempresarios y pequeños empresarios son más del 90%.

No son los grandes capitales y el entreguismo la salvación. Necesitamos, más bien confiar en nosotros mismos y proporcionarnos las herramientas para sacar provecho de los recursos inexplotados. Eliminar las trabas que los propios peruanos tienen que enfrentar. Como lo dice Brack, en otro momento:

Otro punto importante es la reingeniería del aparato estatal. Hoy el Estado es uno de los impedimentos más patéticos para avanzar en el desarrollo: trámites engorrosos y reglamentos con enfoque anticuado; funcionarios sin mentalidad de fomento sino de freno; escasa autoridad; y, lo que es peor; sin una visión de futuro en concordancia con las nuevas tendencias. Necesitamos un Estado facilitador y promotor, y que vele por los derechos de los ciudadanos.

García eligió al enemigo más sencillo de caricaturizar y desprestigiar. Quizá por pereza mental o flojera ideológica. O, más probablemente, porque habiendo caído al 30% de aprobación se siente temeroso o incapaz de tomar las medidas necesarias. No quiere pagar el costo político de iniciar la reforma del estado en la que inevitablemente intereses creados saldrán perdedores. En su lugar, nos propone una dicotomía, un nosotros contra ellos que podría profundizar las divisiones del país antes que reducirlas. Jorge Bruce lo ha dicho mejor en su artículo de Perú 21, El perro y su amo:

Pero su división maniquea (la que hace García en su artículo) entre buenos y malos -inversionistas y cualquiera que se oponga a la inversión, sean o no válidas sus razones- es un razonamiento simplista y persecutorio de esos chivos expiatorios que, en su novísima visión, impiden la explotación de las ingentes riquezas sobre las que estamos sentados, jadeando y ladrando. Por eso no es casual la metáfora que ha elegido, acaso inconscientemente: el perro del hortelano es ese animal que “ni come ni deja comer a su amo”. No queremos una sociedad de siervos y amos: esa la tenemos desde hace siglos. Queremos una democracia en donde la riqueza la creemos entre todos, y no solo gracias al chorreo del gran capital.

Un país necesita saber qué guerra es la que está peleando. Un objetivo claro, de manera que puedan todos agruparse detrás del líder a dar la batalla. Pero ha de tener mucho cuidado al identificar al contrincante. No vaya a terminar disparándose a los pies y mermando a la vez su capacidad de defenderse cuando el verdadero enemigo se presente.